domingo, 26 de junio de 2011

Las Grandes Iniciativas son posibles.

En "Rastros de Sándalo", Asha Miró y Anna Soler-Pont, nos cuentan la historia de Salomón, un niño etíope huérfano de la Guerra de Ogadén que, junto con miles de niños, fue llevado a Cuba por el gobierno de Castro a estudiar y que después de diez años en la isla decide volver a su país “antes de que haya pasado más tiempo fuera que dentro de él”.
La Guerra de Ogaden fue una contienda que tuvo lugar entre los años 1977-1978 entre Etiopía y Somalia. En 1974 el emperador Haile Selassie había sido derrocado por el consejo de los militares, entonces Somalia, aprovechando la debilidad del gobierno etíope hizo un intento fallido de conquista del territorio de Ogadén, poblado por una mayoría étnica somalí. En plena guerra fría, Somalia fue apoyada por EE.UU. y Etiopía por la Unión Soviética y Cuba. Ganó Etiopía, si es que se puede decir que en una guerra hay vencedores.
Poco después del final de la guerra, los gobiernos de Cuba y Etiopía acordaron llevar a Cuba, a estudiar, a miles de niños huérfanos de esta contienda. En junio del 1978 zarpó el primer barco con 1200 niños de entre 8 y 17 años de edad. Nadie sabe exactamente cuantos niños viajaron a Cuba, pero se habla de un mínimo de 5000 etíopes educados allí.
Su destino final era Isla de la Juventud, en esa isla de forma redonda al sur de Cuba, entre campos de cítricos estaba la Esbec, Escuela Básica Secundaria en el Campo. Allí los niños estudiaban y, según la edad que tuvieran, hacían un trabajo u otro, la mayoría cortaban las hierbas que crecían entre los naranjos. En la Esbec les exigían mucho, tanto en la escuela como en el campo, pero de vez en cuando les llevaban a pasar la tarde a la playa o a Nueva Gerona, la población más grande de la isla.
Cuando acabaron la enseñanza básica todos ellos tuvieron la oportunidad de estudiar en la Universidad de La Habana, de quedarse en Cuba trabajando o de volver a su Etiopía natal. Los que volvieron lo hicieron muy bien preparados y la mayoría encontraron empleos cualificados y actualmente forman parte de una élite de etíopes muy bien situados social y profesionalmente, pero la vuelta a su país no fue fácil, después de tanto tiempo el país había cambiado, la familia que aún les quedaba había cambiado ... ellos habían cambiado.

Algunos fragmentos de este libro ...

"Lo habían oído en la radio una tarde: el Gobierno cubano se solidarizaba con los etíopes y ofrecía becas a los más jóvenes para estudiar en Cuba, y el Gobierno de Mengistu había decidido que aquellas becas fueran para los hijos de quienes hubiesen perdido la vida sirviendo a la revolución y al país. Aster había corrido a informarse al día siguiente por la mañana y había presentado la solicitud para que Solomon pudiese ir a Cuba a estudiar.
–Cuba no parece un nombre de país (dijo Solomon con un atlas abierto sobre la mesa que le había llevado Aster de la biblioteca).
–Pues a mí me parece un buen nombre para un país. ¡Y sobre todo para una isla donde nunca hace frío!
Solomon siguió mirando el mapa del atlas y repasando con el dedo toda la mancha azul que separaba el continente africano de las islas del Caribe.
Cuando se publicaron los nombres de los que habían obtenido la beca, Solomon Teferra estaba en la lista. Antes de irse a Cuba, todos los niños y niñas hijos de padres muertos en combate que habían sido escogidos tendrían que ir a Tatek, a 35 kilómetros de Adis Abeba, para formarse y prepararse. Allí había un antiguo campo de entrenamiento militar de donde habían salido miles de soldados un año antes para ir a luchar contra los somalíes en el Ogadén. Un vecino de Entoto se ofreció para acompañar a Solomon y Aster hasta Jan Meda, un gran descampado del barrio de Sedest Kilo, donde recogerían a todos los niños y niñas en autobuses militares para llevarlos a Tatek. Y desde allí, no sabían exactamente cuándo, hacia el puerto de Assab, en el mar Rojo, donde embarcarían rumbo a Cuba. Metieron el equipaje en el maletero del coche y tomaron la carretera, llena de baches y curvas, hasta la ciudad"

"Se llamaba África-Cuba y era un barco muy grande, inmensamente grande. Solomon no se lo había podido imaginar de ninguna manera porque nunca había estado en un puerto, y en su vida había visto ni una barca. Era de color blanco y en el centro tenía una enorme chimenea de color negro que humeaba. En Tatek les habían explicado que el barco tenía casi 160 metros de eslora, pero él no podía hacerse idea de lo que significaba eso. Ahora veía que quería decir que era muy grande. ¿Cómo podía ser que no se hundiese si era tan grande y pesaba tanto? La larguísima hilera de niños y niñas uniformados subiendo de dos en dos por la pasarela era un espectáculo insólito y todos los trabajadores del puerto y otras personas que pasaban por allí o que no tenían nada que hacer se convirtieron en un improvisado comité de despedida. No había literas para todos y entre los marineros cubanos y los soldados etíopes empezaron a instalar colchones en los pasillos hasta que no quedó ni un espacio libre"

"Los primeros días se hicieron muy largos. En cubierta, niños y niñas sentados en el suelo lloraban desconsoladamente. Muchos no habían derramado ni una lágrima desde que se habían despedido de sus familias para ir a Tatek, pero ahora, la sensación de estar en aquel barco imponente de chimenea humeante, aquella especie de edificio flotante que se alejaba de tierra hacia un mundo totalmente desconocido, les sobrepasaba. Ya no había nadie que les gritase y les dijese que los hombres no lloraban. Parecía como si, de repente, todos los adultos hubiesen desaparecido y les hubiesen dejado en medio del agua, a la deriva"

"El barco estaba a rebosar de niños y niñas, no había quedado ni un rincón libre. Tenían miedo. Los mayores consolaban a los más pequeños. Algunas chicas ya adolescentes les hacían de madre, les cantaban canciones y les contaban historias lo más alegres que podían. Pero las leyendas y los cuentos de Etiopía no eran muy alegres si no los cambiaban un poco. Después de comer, los vómitos se convertían en la actividad más frecuente sin que lo pudiesen evitar. Bajaban a los lavabos o vomitaban por la borda, cogidos a la barandilla de hierro. La sal les había secado la piel de la cara"

"Cuando Solomon se sentía mareado, iba a la cocina a pedir la medicina de Oswaldo. Y cuando veía a alguno de sus compañeros vomitando más de la cuenta, también lo llevaba a la cocina o avisaba a Oswaldo para que lo fuese a buscar. A veces, aunque no hubiese vomitado, Solomon y algunos niños más también iban a la cocina, se sentaban en el banco de madera y escuchaban las historias de los cocineros, que no paraban de hablar. Todos los días los entendían un poco mejor, pero aún les costaba hablar en aquella lengua nueva"

"El profesor de amariña, que siempre estaba leyendo, también había descubierto la cocina e iba allí a pasar el rato y a practicar castellano, que ya hablaba bastante bien. Solomon llevaba su libreta y seguía haciendo dibujos con bolígrafo. Retratos de los marineros.
–Este barco lo construyeron en 1957 en la Sociedad Española de Construcción Naval de Sestao, cerca de Bilbao. De hecho, construyeron dos iguales al mismo tiempo, ¡dos barcos gemelos! Éste se llamaba Cabo San Roque y su hermano gemelo Cabo San Vicente… Durante muchos años hacían la línea Génova-Buenos Aires.
Oswaldo había ofrecido un vaso de ron al profesor de amariña, que le había preguntado por la historia del barco y el marinero había accedido encantado a contarle todo lo que sabía.
–¡Échale un poco de agua, que esto es muy fuerte!, dijo el profesor, tosiendo después del primer trago.
Solomon escuchaba sentado en el banco de madera bebiendo el remedio con agua y azúcar que también le había preparado Oswaldo.
–En enero del año pasado estaba en el puerto de El Ferrol y un incendio a bordo estuvo a punto de destrozarlo. Le causó muchos daños, pero unos meses después una compañía holandesa lo compró y decidieron remolcarlo hasta Grecia. Lo repararon en el puerto de El Pireo y le cambiaron el nombre por Golden Moon.
–Luna de oro, chico. Inglés sí que sabéis, ¿no?, intervino uno de los cocineros.
–En Grecia, una vez reparado, se lo vendieron al Gobierno cubano, que lo incorporó a la empresa Naviera Mambisa, de La Habana, que es la que nos contrata a nosotros.
–Y le volvieron a cambiar el nombre, dijo el profesor.
–Exactamente.
–No entiendo por qué cambian los nombres de los barcos, refunfuñó un marinero que llevaba un aro de oro en una oreja. ¡Un barco debería morir con el nombre con el que lo bautizaron!
–Lo llamaron África-Cuba, ¡ya debes de imaginar por qué!, prosiguió el otro marinero.
Solomon no sabía por qué y miraba a Oswaldo esperando que lo explicase.
–Este barco llevó a los soldados cubanos a África, para combatir al lado de los países afines al Gobierno de Fidel Castro"

Un mes más tarde el barco llegó a La Habana, desde allí viajaron en autobuses a Puerto Batabanó, al sur de la isla y desde allí, de nuevo en barco, a Isla de la Juventud, donde estaba la Esbec. Los niños más pequeños se instalaron en la Escuela Karamara 16, y el resto en la Mengistu HaileMariam 43.
Llegado el momento todos tuvieron la oportunidad de estudiar en la Universidad de la Habana, donde elegían carrera en función de las notas que hubieran obtenido en la Esbec.

"Los mejores estudiantes del último curso de todas las carreras empezaban a recibir propuestas para quedarse en Cuba a trabajar o para seguir estudiando e investigando, sobre todo en el caso de los científicos. Y algunos, que no tenían un especial interés en volver a Etiopía, donde ya no les esperaba nadie, habían aceptado. Algunas chicas etíopes se habían enamorado de cubanos y también decidieron quedarse. Pero Solomon tenía claro que quería volver a casa. Pronto haría 10 años que se había embarcado en el puerto de Assab, y si tardaba demasiado en volver habría pasado más tiempo en la isla caribeña que en su tierra"

"Añoraba el aroma del café tostándose, el olor de la madera de eucalipto recién cortada y del sándalo quemando. Los vuelos chárter de Ethiopian Airlines se llenaron con los graduados de aquel curso. Todas las maletas guardaban un título enmarcado. De La Habana a Berlín, de Berlín a Khartoum, donde una tormenta de arena les retuvo casi todo un día. Al volver a despegar, pudieron ver el Nilo majestuoso atravesando la capital sudanesa y todos los puentes que lo cruzaban. Cuando aterrizaron en Adis Abeba, llovía"

2 comentarios:

  1. Es un libro que he leído hace tiempo, en la espera de mi primer hijo, el libro me gustó mucho y, además, luego tuve la posibilidad de conocer a Asha Miró en una charla que dinamizó en A coruña, lo que hizo que admirase más su novela ... en fin, muy, muy recomendable. Muchas gracias por la reseña.
    Saudiños.

    Paloma

    http://bebetiopia.blogspot.com

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  2. HOLA ! YO FUI UNO DE LOS NIÑOS QUE VIAJO A CUBA JUNTO CON SOLOMON. PORFAVOR DONDE PUEDO ADQUERIR ESTE LIBRO.

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Foto de la cabecera: Ahron de Leeuw