lunes, 26 de octubre de 2009

Así fue como se puso las manchas el leopardo

Un cuento de Rudyard Kipling

En los tiempos en que todos empezaban jugando limpio, mi niño querido, el leopardo vivía en una Meseta Alta. Recuerda que no era la Meseta Baja, ni la Meseta de los Arbustos, ni la Meseta Escarpada, sino la desnuda, calurosa y brillante Meseta Alta, donde había arena y rocas de color arenoso y nada más que matas de hierba de un amarillo arenoso.

Allí vivían la jirafa, la cebra, el antílope, el kudu y el búfalo, y todos tenían exclusivamente ese color parduzco-amarillento-arenoso de pies a cabeza. El leopardo era el más exclusivamente parduzco-amarillento-arenoso de todos ... una especie de fiera de tipo felino que estaba a tono, hasta el último pelo, con el color exclusivamente parduzco-grisáceo-amarillento de la Meseta Alta.

Esto era desastroso para la jirafa, la cebra y los demás animales, porque se tumbaba junto a una roca exclusivamente pardusca-grisáceo-amarillenta o sobre una mata de hierba y cuando la jirafa o la cebra o el antílope o el kudu o el guib o el gamo pasaban por allí, terminaba por sorpresa con sus saltarinas vidas ¡Claro que lo hacía!
Y había, también, un etíope con arco y flechas (era por encontes un hombre exclusivamente parduzco-grisáceo-amarillento) que vivía en la Meseta Alta con el leopardo. Los dos solían cazar juntos - el etíope con su arco y sus flechas y el leopardo con sus dientes y sus garras- hasta que, mi niño querido, la jirafa, el antílope, el kudu y el cuaga ya no sabían por dónde saltar ¡No, de verdad que no lo sabían!

Al cabo de mucho tiempo -las cosas duraban tanto tiempo en aquella época- aprendieron a evitar todo lo que se pareciera a un leopardo o un etíope, y poco a poco - la jirafa fue la que empezó, porque tenía las patas más largas - se fueron marchando de la Meseta Alta.
Huyeron durante días y días y días hasta que llegaron a un gran bosque exclusivamente lleno de árboles, de arbustos y de sombras a rayas, a motas y a manchas y allí se escondieron. Y pasado de nuevo mucho, mucho tiempo, con tanto estar mitad a la sombra y mitad fuera de ella y con tanto caer sobre ellos las escurridizas y deslizantes sombras de los árboles, a la jirafa le salieron manchas y a la cebra rayas, y el antílope y el kudu se volvieron más oscuros y les aparecieron en los lomos unas finas y ondulantes líneas grises como las de la corteza de un árbol, de forma que, aunque se les podía oír y oler, muy rara vez se les podía ver. Y eso sólo cuando sabías exactamente dónde tenías que mirar.
Se lo pasaron muy bien en las sombras exclusivamente a rayas, a motas y a manchas del bosque. Mientras el leopardo y el etíope corrían fuera por la exclusivamente parduzca-grisácea-amarillena Meseta Alta, preguntándose dónde se habían ido sus desayunos, sus comidas y sus meriendas.

Al final estaban tan hambrientos que comían ratas, escarabajos y damanes de las rocas, ¡el leopardo y el etíope!, y a los dos les dio un gran dolor de barriga. Entonces fueron a ver a Baviaan, el mandril ladrador con cabeza de perro que es, verdaderamente, el animal más sabio de toda el África del Sur.

El leopardo le preguntó a Baviaan (y era un día de mucho calor) - ¿Adónde ha ido toda la caza?
Baviaan hizo un guiño. Él lo sabía.
El etíope preguntó a Baviaan - ¿Podría decirme cuál es el hábitat actual de la fauna aborigen? (Lo que significaba lo mismo, pero el etíope utilizaba siempre palabras largas porque era adulto).
Y Baviaan hizo un guiño. Él lo sabía.
Entonces habló Baviaan - La caza se ha marchado a otros sitios y el consejo que te doy, leopardo, es que te vayas a otros sitios tan pronto como puedas.
Y el etíope dijo - Todo eso está muy bien, pero lo que deseo saber es adónde ha emigrado la fauna aborigen.
A lo que Baviaan respondió - La fauna aborigen se ha unido a la flora aborigen, porque ya era hora de cambiar, y te aconsejo etíope, que cambies tan pronto como puedas.

Aquello dejó pasmados al leopardo y al etíope, pero se pusieron en marcha y al cabo de muchísimos días, vieron un bosque elevado, alto y grande lleno de troncos de árboles, todo exclusivamente moteado, retoñado, manchado, punteado, salpicado, acuchillado, tejido y entretejido de sombras. (Di esto rápidamente en voz alta y verás lo sombreadísimo que debía de estar aquel bosque).

- ¿Qué es esto - preguntó el leopardo -, que es tan exclusivamente oscuro, y no obstante, tan lleno de pequeños fragmentos de luz?
- No sé - respondió el etíope -, pero debería ser la flora aborigen. Puedo oler a la jirafa y oírla, pero no puedo verla.
- Es curioso -dijo el leopardo-. Supongo que se debe a que acabamos de entrar dejando la luz del sol. Puedo oler a la cebra y oírla, pero no puedo verla.
- Espera un poco - indicó el etíope -. Ha pasado mucho tiempo desde que les cazábamos. Quizá nos hayamos olvidado de cómo eran.
- ¡Tonterías! - exclamó el leopardo -. Las recuerdo perfectamente en la Meseta Alta, especialmente sus huesos con tuétano. La jirafa tiene unos cinco metros de altura, y de la cabeza a la pezuña es exclusivamente de un color tostado amarillo-dorado, y la cebra tiene metro y medio de altura y de la cabeza a la pezuña es exclusivamente de un color beige-grisáceo.
- ¡Hummm! - murmuró el etíope mirando entre las sombras moteadas-punteadas del bosque de la flora aborigen -. Entonces en este lugar oscuro deberían destacar como plátanos maduros en un ahumadero.
Pero no destacaban. El leopardo y el etíope cazaron durante todo el día, y aunque podían olerlas y oírlas no lograron ver a ninguna.
- ¡Por Dios! -dijo el leopardo a la hora de la merienda-, esperemos a que oscurezca. Este cazar a la luz del día es un verdadero escándalo.

Por tanto esperaron hasta que oscureció y entonces el leopardo oyó algo que respiraba husmeando a la luz de las estrellas y que parecía todo rayas a través de las ramas así que saltó sobre el ruido que olía como la cebra, tenía el tacto como el de la cebra y cuando la derribó coceaba como una cebra, pero no pudo verla. Por lo que le dijo:
- Estate quieta, ¡oh tú!, persona sin forma. Voy a quedarme sentado sobre tu cabeza hasta la mañana porque hay algo en ti que no entiendo.
Pronto oyó un gruñido, un choque y una pelea, y el etíope gritó:
- He cogido algo que no puedo ver. Huele a jirafa, cocea como la jirafa, pero no tiene forma alguna.
- No te fíes -dijo el leopardo -. Siéntate sobre su cabeza hasta la mañana ... lo mismo que yo. No tienen forma ... ninguno de ellos.

Se quedaron firmemente sentados sobre ellos hasta que llegó el brillo de la mañana, y entonces el leopardo preguntó:
- ¿Qué tienes a tu lado de la mesa, hermano?
El etíope se rascó la cabeza y respondió - Debería ser de cabeza a pezuña exclusivamente de un fuerte color tostado-anaranjado y debería ser jirafa, pero está completamente cubierta de manchas de color castaño. ¿Y qué tienes a tu lado de la mesa, hermano?
El leopardo se rascó la cabeza y respondió - Debería ser exclusivamente de un beige-grisáceo y debería ser cebra, pero está completamente cubierta de rayas negras y moradas. ¿Qué diablos te has hecho, cebra? ¿No sabes que si estuvieras en la Meseta Alta te vería a diez kilómetros de distancia? No tienes forma alguna.
- - respondió la cebra -, pero esto no es la Meseta Alta. ¿No lo ves?
- Lo veo ahora - respondió el leopardo -, pero no pude verlo durante todo el día de ayer ¿Cómo es eso?
- Dejad que nos levantemos -dijo la cebra- y os lo mostraremos.
Dejaron levantarse a la cebra y a la jirafa. La cebra se acercó a unos pequeños matorrales de espino donde la luz del sol caía toda hecha rayas y la jirafa se fue a unos árboles altos donde las sombras caían todas en forma de manchas.
- Ahora observad - dijeron la cebra y la jirafa -. Así es como se hace ¡A la una... a las dos... a las tres! ¿Dónde está vuestro desayuno?

El leopardo miró intensamente y lo mismo el etíope, pero lo único que pudieron ver fueron sombras a rayas y sombras a manchas en el bosque, pero ni señal de la cebra ni de la jirafa. Acababan de ir a esconderse en el bosque sombrío.
- ¡Ji, ji! - exclamó el etíope -. Es un truco que merece la pena aprender. Aprende la lección, leopardo. En este sitio oscuro destacas como una pastilla de jabón en una carbonera.
- ¡Jo, jo! - dijo el leopardo -. ¿Te sorprendería mucho saber que en este sitio oscuro destacas como una cataplasma de mostaza en un saco de carbón?
- Bueno, insultarnos no nos proporcionará comida - atajó el etíope -. En resumidas cuentas, lo que pasa es que no estamos a juego con lo que nos rodea. Voy a seguir el consejo de Baviaan. Me dijo que debería cambiar y como no tengo otra cosa que cambiar excepto la piel, eso es lo que voy a cambiar.
- ¿Por cuál la vas a cambiar? - preguntó excitadísimo el leopardo.
- Por una de un bonito y práctico color pardo-negruzco, con un poco de morado y unos toques de azul-pizarra. Será lo más apropiado para esconderse en los huecos y detrás de los árboles.

Así que allí y en aquel momento se cambió la piel y el leopardo estaba más excitado que nunca porque jamás había visto cambiar de piel a un hombre.
- ¿Y qué hago yo? - preguntó el leopardo cuando el etíope hubo cambiado a su fina piel nueva y negra hasta el último meñique.
- Sigue tú también el consejo de Baviaan. Te dijo que cambiaras de manchas.
- Y así lo hice - respondió el leopardo -. Fui de una mancha a otra lo más rápido que pude. Vine contigo a ésta, y mucho que me ha valido.
- ¡Oh! - exclamó el etíope -, es que Baviaan no se refería a manchas en Suráfrica, sino en tu piel.
- ¿Y para qué sirve eso? - dijo el leopardo.
- Piensa en la jirafa - explicó el etíope -. O si prefieres las rayas, en la cebra. Han descubierto que las manchas y las rayas les satisfacen plenamente.
- Hummm -murmuró el leopardo -. No me gustaría parecerme a la cebra ... no, por nada en el mundo.
- Bueno, decídete - dijo el etíope -, porque aborrecería ir de caza sin ti, pero tendré que hacerlo si insistes en mantener el aspecto de un girasol contra una cerca embreada.
- Entonces me pondré las manchas - convino el leopardo -, pero no me las hagas demasiado grandes y vulgares. No quisiera parecerme a la jirafa ... no, por nada en el mundo.
- Te las haré con las puntas de los dedos - dijo el etíope -. Aún me queda mucho negro en la piel. ¡Mira!

Entonces el etíope juntó bien los cinco dedos (todavía le quedaba mucho negro en la piel nueva) y los fue apretando por toda la piel del leopardo, y donde quiera que tocaban los cinco dedos dejaban cinco marquitas negras, todas muy cerca unas de otras, mi niño querido. Algunas veces los dedos resbalaban y las marcas quedaban un poco borrosas, pero si miras detenidamente a cualquier leopardo, verás que siempre hay cinco manchas ... de cinco huellas digitales gordas y negras.
- ¡Ahora sí que eres una belleza! - exclamó el etíope -. Te puedes tumbar en el desnudo suelo y parecer un montón de guijarros. Te puedes tumbar en las rocas y parecer un trozo de piedra de pudinga. Puedes tumbarte en una rama con hojas y parecer luz del sol tamizada por las hojas. Puedes tumbarte en pleno medio de un sendero y no parecer nada especial. ¡Piénsalo y ronronea!
- Pero si soy todo eso - preguntó el leopardo -, ¿por qué no te pusiste manchas tú también?
- ¡Oh!, el simple negro es lo mejor para un negro - contestó el etíope -. Ahora vamos a ver si conseguimos ajustarle las cuentas al señor un-dos-tres ¿Dónde está nuestro desayuno?

Así que se marcharon y vivieron felices desde entonces, mi niño querido. Y eso es todo. ¡Oh!, de vez en cuando oirás decir a los adultos:
- ¿Pero, es que puede un etíope cambiar de piel o un leopardo de manchas?
Yo creo, que ni los adultos seguirían diciendo semejante tontería, si el leopardo y el etíope no lo hubieran hecho una vez ... ¿verdad? Pero no volverán a hacerlo, mi niño querido. Están muy contentos de ser así.

11 comentarios:

Foto de la cabecera: Ahron de Leeuw